Despedida de Paula
3-11-2013 - Nota sobre Paula
Amigos:
Recordaréis mi caso. El personal de la protectora me recogió, junto con mis seis cachorros, en una caseta de campo, donde me había refugiado con ellos. Mis cachorros eran muy bonitos pero estaban un poco débiles porque yo me había alimentado muy mal con lo poco que había encontrado por el monte y tuve que asistir a la muerte de tres de ellos.
Después, ya recuperados del hambre y el cansancio, poco a poco, fueron adoptando a mis otros hijos, a los que nunca más veré porque están en Alemania y yo me quedé sola en el albergue.
Llevaba más de un año esperando que alguien se fijara en mí. He tenido una madrina que me sacó alguna vez a pasear pero yo supe escaparme y le di un buen susto cuando me zafé del arnés y la dejé boquiabierta con él en la mano mientras yo daba grandes saltos y corría para demostrarle que yo era una podenca fuerte, veloz y ágil. Después volví yo sola y así supieron que no me perdía tan fácilmente y que sabía regresar. ¡Disfruté tanto!
Pero mi madrina se asustó y, aunque vino más veces a la Protectora, ya no quiso sacarme a pasear.
Yo no quería estar allí para siempre y soñaba con alguien que se enamorara de mí. Me hicieron fotos y las enviaron a los países europeos donde están algunos de mis compañeros pero ni los extranjeros ni los españoles se interesaban en mí.
Había que esperar. Yo sabía que el destino me tenía que compensar de la pérdida de todos mis hijos y de la espera y… por fin… ¡SUCEDIÓ!
En cuanto la vi aparecer supe que aquella persona de carácter dulce, voz calmada y buen corazón podría ser la que me llevaría con ella. Tardó algunos días en decidirse y yo estaba muy nerviosa, no sabía si tenía que mirarla o no ni qué tenía que hacer para resultarle simpática. Por si acaso, yo no le lamí la mano ni le di la patita ni comí nada de lo que me ofrecía: no quería equivocarme.
Y, por fin, un radiante día de sol vino a buscarme y me dio mi oportunidad.
Estaba tan asustada cuando entré en mi nueva casa. Y, sobre todo, no quería hacer alguna cosa indebida, así que ese día no quise probar bocado. Ella tenía que saber que yo era una podenca fuerte y sobria: podía pasar con muy poco.
Por la noche supe que, a partir de entonces, tendría una colchoneta cálida a los pies de mi dueña, en su propia habitación. Sé que voy a estar muy bien. No voy a pasar hambre ni frío y me van a querer. Además tengo dos compañeras de juegos, mi hermana y mi prima adoptiva, y nos hemos caído muy bien.
Me han llevado a casa de todos los amigos para que me conocieran y todos han dicho que yo era guapísima, una perra especial.
¡¡Estoy tan contenta!!
¡Gracias, amigos del refugio, por haberme cuidado durante este tiempo y por haberme presentado a Silvia, mi nueva “protectora”! Me voy a portar muy bien para que, con el tiempo, ella me deje ir suelta por la montaña y yo pueda brincar y brincar a mis anchas.
Ojalá mis compañeros del refugio de Ibi tengan la misma suerte que yo…
Lametazos cariñosos para todos.
Paula
Recordaréis mi caso. El personal de la protectora me recogió, junto con mis seis cachorros, en una caseta de campo, donde me había refugiado con ellos. Mis cachorros eran muy bonitos pero estaban un poco débiles porque yo me había alimentado muy mal con lo poco que había encontrado por el monte y tuve que asistir a la muerte de tres de ellos.
Después, ya recuperados del hambre y el cansancio, poco a poco, fueron adoptando a mis otros hijos, a los que nunca más veré porque están en Alemania y yo me quedé sola en el albergue.
Llevaba más de un año esperando que alguien se fijara en mí. He tenido una madrina que me sacó alguna vez a pasear pero yo supe escaparme y le di un buen susto cuando me zafé del arnés y la dejé boquiabierta con él en la mano mientras yo daba grandes saltos y corría para demostrarle que yo era una podenca fuerte, veloz y ágil. Después volví yo sola y así supieron que no me perdía tan fácilmente y que sabía regresar. ¡Disfruté tanto!
Pero mi madrina se asustó y, aunque vino más veces a la Protectora, ya no quiso sacarme a pasear.
Yo no quería estar allí para siempre y soñaba con alguien que se enamorara de mí. Me hicieron fotos y las enviaron a los países europeos donde están algunos de mis compañeros pero ni los extranjeros ni los españoles se interesaban en mí.
Había que esperar. Yo sabía que el destino me tenía que compensar de la pérdida de todos mis hijos y de la espera y… por fin… ¡SUCEDIÓ!
En cuanto la vi aparecer supe que aquella persona de carácter dulce, voz calmada y buen corazón podría ser la que me llevaría con ella. Tardó algunos días en decidirse y yo estaba muy nerviosa, no sabía si tenía que mirarla o no ni qué tenía que hacer para resultarle simpática. Por si acaso, yo no le lamí la mano ni le di la patita ni comí nada de lo que me ofrecía: no quería equivocarme.
Y, por fin, un radiante día de sol vino a buscarme y me dio mi oportunidad.
Estaba tan asustada cuando entré en mi nueva casa. Y, sobre todo, no quería hacer alguna cosa indebida, así que ese día no quise probar bocado. Ella tenía que saber que yo era una podenca fuerte y sobria: podía pasar con muy poco.
Por la noche supe que, a partir de entonces, tendría una colchoneta cálida a los pies de mi dueña, en su propia habitación. Sé que voy a estar muy bien. No voy a pasar hambre ni frío y me van a querer. Además tengo dos compañeras de juegos, mi hermana y mi prima adoptiva, y nos hemos caído muy bien.
Me han llevado a casa de todos los amigos para que me conocieran y todos han dicho que yo era guapísima, una perra especial.
¡¡Estoy tan contenta!!
¡Gracias, amigos del refugio, por haberme cuidado durante este tiempo y por haberme presentado a Silvia, mi nueva “protectora”! Me voy a portar muy bien para que, con el tiempo, ella me deje ir suelta por la montaña y yo pueda brincar y brincar a mis anchas.
Ojalá mis compañeros del refugio de Ibi tengan la misma suerte que yo…
Lametazos cariñosos para todos.
Paula
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