Maricarmen
Desde niña he convivido con animales, sobre todo, con perros y gatos y no puedo imaginar mi vida sin estar rodeada de ellos.
Mi dedicación surge de la necesidad de hacer algo más. Yo no me conformaba con tener a mis mascotas, cuidarlas, alimentarlas y quererlas como un miembro más de la familia. Para mí era necesario actuar, emprender un nuevo proyecto dirigido a ayudar a mejorar el bienestar animal.
Fue entonces cuando me informé de que en nuestro pueblo, en Ibi, teníamos una protectora que se hacía cargo con cariño y dedicación de los animales que no tenían hogar y, un sábado por la mañana, me decidí a presentarme en la protectora y a ofrecerme como voluntaria. Es extraño y triste pero mucha gente en Ibi no sabe que la Protectora existe y a mí me pasaba lo mismo.
Con gran entusiasmo, sábado tras sábado, me ofrecía a colaborar en los trabajos que más necesidad había de reforzar y, poco a poco, fui formando parte de esta gran familia. Hoy en día, totalmente integrada en la vida diaria del albergue, no puedo sentir mayor satisfacción que la de hacer feliz, aunque sólo sea por un ratito, a uno de mis “niños”. Ellos están “hambrientos” de caricias y mimos, y sólo nosotros podemos satisfacer esta carencia. No hay nada más gratificante que sentir cómo ellos (a pesar de saber que nos marcharemos pasadas unas horas y volverán a quedarse encerrados en una jaula), nos regalan un lametazo, una sonrisa, una caricia …
Desde estas líneas, animo a todo aquel que sienta un amor incondicional por los animales a venir a la protectora y conocer a estos “ángeles”, que sólo piden una oportunidad, unas ojos que reparen en ellos, una palmadita o una caricia. Si os animáis a venir estoy segura de que os robaran el corazón, como me lo robaron a mí.